Lo sé, lo sabemos todas, algunos, también. La Santa Madre Iglesia le ha ofrecido un buen lugar en el cielo para la eternidad y, por supuesto, la ambición de estar sentado junto a los patriarcas celestiales, le puede más que la sensatez de dejar que sea una madre quien decida qué es lo mejor para su hija, para su hijo, y claro está, para ella misma. Si usted está tan interesado en proteger los derechos de la infancia, podría ponerse a escarbar en las montañas de expedientes pendientes de resolver sobre los casos de tráfico y prostitución infantil, pornografía y pederastia, así como los casos de rapto y adopciones ilegales llevadas a cabo por los antecesores franquistas. Así, de paso que pone orden a tanta dejadez acumulada, a tanta insensatez y sin sentido que inundan de legajos el Palacio de Justicia, podrá pasar a la historia de este país como aquel ministro de Justicia que aun sabiendo que el derecho y la justicia no son lo mismo, intentó dar vida, no a los embriones humanos nacidos con malformaciones, sino a cada una de las criaturas humanas que constan en un papel amarillento donde su escasa vida es narrada entre borrones y pólizas. Imagine que se encuentra en el cielo con alguna de esas criaturas maltratadas por los monstruos que las acecharon.
¿Qué podrá usted decirles? ¿Cómo podrá usted compartir el mismo espacio celeste con la inocencia violada de tanta criatura desprotegida por sus mayores? ¿Podrá sentir que usted merece formar parte del Reino de los Cielos junto a ellas y ellos?
Piénselo, creo que todavía está a tiempo de ofrecer algo que valga la pena para recordar y escribir en un libro de historia, es decir, un libro de vida humana. Piénselo, porque quizás no gane un lugar para la eternidad allí, en el cielo, pero quizás lo gane aquí, en la tierra.
Marisé Clement
Barcelona, junio 2013